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Los Olimareños: Homenaje a Víctor Lima

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Langue: espagnol



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‎[1969]‎
Parole e musica di Rubén Lena (1925-1995), scrittore, compositore e docente uruguayo. Col poeta e ‎‎“payador” Víctor Lima (1921-1969) e Los Olimareños è sicuramente una delle figure più importanti ‎della musica popolare uruguaya.‎

cielo del 69


Propongo questa canzone come Extra perché non si tratta di una canzone contro la guerra ma di un ‎omaggio al poeta e cantastorie uruguayo Víctor Lima, amico e collaboratore di Rubén Lena e di ‎Pepe Guerra e Braulio López, i due Olimareños, che proprio quell’anno si tolse la vita gettandosi ‎nelle acque vorticose del río Uruguay.‎




Forse non è azzardato dire che Víctor Lima sta alla musica popolare dell’Uruguay come ‎‎Woody Guthrie sta a quella statunitense.‎

Víctor Lima: un poeta endemoniado

Por Aldo Roque Difilippo, LaRed21

Muchas de sus canciones han sido cantadas por los más diversos intérpretes. Algunas de ellas ‎constituidas hoy en verdaderos referentes del canto popular uruguayo. Víctor Lima, junto a Ruben ‎Lena construyeron en esos años iniciales de nuestra música popular las letras que son hoy el ‎símbolo de nuestra identidad

El 6 de diciembre de 1969 Víctor Lima (1921-1969) ponía fin a sus días arrojándose a las aguas del ‎río Uruguay cuando apenas tenía 48 años, habiendo forjado una obra poética que fue la base del ‎cancionero popular, cantado y venerado por casi todos sus cultores.‎

Víctor Rolando Lima Rodríguez había nacido el 16 de junio de 1921, en Salto.‎

Su padre, escribiente de Policía de ese departamento, es trasladado al Interior, y de allí a los pueblos ‎de Valentín y Belén, al que se traslada con su familia; y el camino terminó cautivando al pequeño ‎Víctor, convirtiéndolo en un verdadero trotamundos. “Víctor tenía cuatro años y yo cinco” recuerda ‎su hermana Lidia René “cuando nos fuimos a vivir a la estancia de mi abuelo, ubicada en un lugar ‎llamado Zanja del Cobre en la zona del Arapey Chico. A él le encantaba el campo, salía a recorrerlo ‎con los peones y disfrutaba mucho contemplando el paisaje. Vuelto a la ciudad para terminar la ‎escuela, e iniciar el liceo, que no llega a terminar, ya que en ese entonces, se la pasaba escribiendo ‎versos. Posteriormente se va a Montevideo y está dos años en el cuartel hasta que se hace desertor” ‎‎ agrega su hermana . “Entra por un primo de mi padre, de apellido Onetti, padre del escritor, ‎viajando a Buenos Aires donde trabaja en varias cosas, en el comercio, pero él siempre decía que ‎quería ser artista”.‎

El dolor de los demás

En 1948 aparece su primer libro de poemas Canto del Salto Oriental. En los años ‎cuarenta y cincuenta vuelve a su ciudad natal varias veces, pero el camino lo llama. “En realidad, ‎siempre andaba yendo y viniendo, agarraba su valijita acomodaba su ropa prolijamente, más termo ‎y mate y salía, se iba a caminar. En una vida signada por el camino, la poesía y cierto éxito con las ‎mujeres. Mientras en sus versos el río sigue golpeando y cantando, el atardecer se derrama en las ‎cuchillas” apunta Julio Rapetti. Sin que por eso se convierta en un poeta simplemente paisajista, ya ‎que fue capaz de sentir como propio el dolor de los demás y, al mismo tiempo, reír con su risa y ‎palpitar con las alegrías ajenas. El ser humano inserto en el paisaje es también tema prioritario de su ‎repertorio, la humilde lavandera, el niño arrancador de naranjas, el hombre común elevado a la ‎categoría de personaje como parte de un mundo real, a veces patético y sufrido, pero al que se ‎resiste, deliberadamente, a descubrir con rasgos de ensoñación. Luis Neira lo recuerda como un ‎poeta “endemoniado”, no porque ello se manifestara en su poesía, sino porque lo manifestó en su ‎vida de trotamundos y bohemio.‎

‎“La poesía, especialmente la copla, lo cantable, fue el sentido de su vida, y ningún otra cosa”. ‎Agregando que “gustaba hacer versos, compartir horas con los amigos y cantar. Tuvo entonces que ‎revolverse en mil oficios de donde sus demonios lo sacaban para echarlo al camino, fenómeno que ‎signa su vida y su poesía”. Estuviera donde estuviera, Víctor Lima cantaba a capella o con algún ‎circunstancial tañedor de guitarra, ya en una rueda de amigos, ya en una fiesta familiar o ante un ‎grupo de niños escolares que pronto entonaban, naturalmente, sus coplas tiernas y sentidas.‎

Ese empecinado destino de trotamundos lo lleva a Treinta y Tres donde conoce al maestro Ruben ‎Lena, y a través de él a quienes conformarán el célebre dúo Los Olimareños. Sin pretender encender ‎polémicas estériles ni negar a otros pilares de nuestro canto, podemos considerar que estos cuatro ‎nombres constituyen uno de los grandes mojones de la cultura uruguaya de todos los tiempos.‎

En diciembre de 1969 es hospitalizado en Salto. Su madre había muerto un mes y tres días antes, ‎recuerda su hermana, cuando el poeta decide poner fin a su existencia, arrojándose a las aguas del ‎río Uruguay. “Nadie lo vio y la crónica no registró el hecho, discreto y humilde como su germen, el ‎canto de Víctor surgió de las aguas, se elevó en el aire, sobrevoló las cuchillas y la pátina pardusca ‎de los montes y las orillas”, comenta Rapetti.‎

Su voz resuena en guitarras y fogones, en cánticos de amigos y familias, en raídas paredes de ‎boliches marginales que por siempre le darán la eterna bienvenida. En los patios de las escuelas, en ‎los corazones y gargantas de todos los niños uruguayos.
Hermano de voz clara, tu corazón
tenía los caminos abiertos de tu voz.
Amanecía cantando la libertad,
soñando en cada sueño tu americano andar.

Sobre las lomas del alba del Uruguay
tu canto brilla, tu canto brilla, tu canto brillará.

La claridad del día mudo te vio.
Tu palabra en el agua de la noche quedó.
El viento ya no tiene consolación
y el alba lo pregona con tu canto mejor.

Sobre las arenas tristes del Olimar,
el día lento, muy lentamente, te quiere escuchar.‎

envoyé par Bernart - 23/4/2013 - 16:23




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