Fernando Rossi: bajo
Luis Garibaldo: guitarra
Pepe Carballo: batería
Ricardo "Ricky" Espinosa: voz
El nacimiento de Flema, por Sebastián, el baterista fundador de la banda.
Un día cualquiera fuimos con Ricky a un festipunk vaya a saber dónde. Lejos. Ahí nos encontramos con un par de pibes que yo no conocía, aunque eran de Avellaneda como nosotros: Juan Fandiño y Fernando Cordera. Pelos parados de colores, camperas rotas y pintadas al aerosol: A con circulito, etc. Juan le contó que tenía una banda: Flema. Él tocaba la guitarra y Fernando cantaba. Había un baterista de Belgrano, y bajista había que buscar. Pero ya tenían compuestos dos temas y todo. Y como Juan apenas sabía rasguear las bases, lo invitó a Ricky (que en Avellaneda tenía su prestigio como guitarrista) a unirse al grupo para puntear y todas esas cosas. Ahí yo dije que era el mánager de Ricky (?), así que si él entraba a Flema yo tenía que managerear. Hubo acuerdo. La semana siguiente fuimos a ensayar, en un sucucho donde el padre de Juan tenía depositada la ropa que vendía. El baterista no vino. -Este guacho... Ya es la tercera vez que falta. Y eso que es la cuarta vez que ensayamos -explicó Juan. Entonces me acordé que yo, en la primaria, siempre en los actos patrios tocaba el bombo: Zamba de mi esperanza, etc.; así que mientras se los contaba me fui sentando a la batería, cosa que en mi puta vida había hecho jamás. Tres viernes más tarde ya teníamos un repertorio de veinte temas, un bajista cuyo nombre lamentablemente no recuerdo y estábamos debutando en Gracias Nena, un lugar que quedaba por ahí (cerró poco después) con Comando Suicida, Sekuestro, Conmoción Cerebral y no sé si alguno más. Así empezó Flema. Ricky y yo nos hicimos amigos cuando el entró al Arcamendia, de Barracas, en 1985. Yo estaba en 5º, y él entró a 4º, aunque era un año y medio mayor que yo (en ese colegio descontrolado logró pasar a 5º, pero igual después lo echaron). En realidad, yo ya lo conocía desde el año anterior, de verlo por ahí en Avellaneda, donde Ricky ya era bastante famoso, antes de tener banda ni nada. No era una fama precisamente musical la suya. Era reconocido por personaje, bardero y payaso. Una anécdota (para que se den una idea): el 21 de septiembre del '85, una buena cantidad de estudiantes (?) nos habíamos juntado en Plaza Alsina (la de Mitre) en plan de ir a Villa Elisa o algo así. Eran como las nueve de la mañana; la mayoría veníamos siguiéndola desde la noche anterior. Averiadísimos. Y a Ricky no se le ocurre mejor idea que la de subirse al escenario que habían montado para el acto municipal el día de la primavera, y ponerse a hacer un show cantando a capella. Los que conocen Plaza Alsina, sabrán muy bien la cantidad de gente, familias y señoras que circulan por allí a esa hora. Bien; la cosa es que Ricky, entusiasmado por la reacción del público (la manga de descerebrados que estábamos abajo, muertos de la risa y aplaudiendo), coronó su performance bajándose los pantalones y el slip hasta las rodillas, mientras improvisaba unos pasitos de baile. Muy sexy. Así, por lo menos, debían opinar un par de policías que aparecieron de la nada, porque lo cazaron del cogote y lo llevaron a que terminase el strip-tease en la Primera, a apenas un par de cuadras de la plaza. Hasta ahí nada extraordinario: lo que nunca me voy a olvidar fue cómo a los diez minutos una treintena de enfermos/as estábamos en la puerta de la comisaría, a los gritos pelados exigiendo la inmediata presencia del Rati en Jefe. ¿Cómo van a detener a un estudiante que lo único que hizo fue una travesura en su día? ¡Liberen a Ricky! Era la toma de la Bastilla. No sé cómo no terminamos todos adentro. No me lo explico. A lo mejor el comisario venía con resaca, le dolía la cabeza y no quería quilombo. Como sea, al rato nomás por la nefasta puerta aparece el muchacho, sonriendo triunfante y con los dedos en V, como si afuera estuviera Crónica TV y la CNN cubriendo la noticia. Y marchó cargado en andas por la multitud de vuelta hasta la plaza. Increíble. Bueno: por boludeces por el estilo, Ricky ya tenía su fama en Avellaneda. En el Arcamendia, nuestra vida académica era así, día tras día: nos juntábamos (una banda) a las doce en el almacén del gallego, que nos vendía cerveza, o vino, o Gancia, o Legui, o licor, o Tres Plumas, en fin, lo que quisiéramos; cada dos meses la ley le clausuraba el local pero el viejo debía tener sus contactos en la embajada española porque a las 48 hs. ya estaba lo más orondo meta despachar. A nosotros la policía no nos jodía mucho que digamos, supongo que porque éramos muy respetuosos con la gente del barrio, con las señoras que iban con la bolsa a comprar. Nadie nos denunciaba; y eso que secamos el árbol de la veredita del almacén. De tanto mearlo, se entiende. A plena luz del día. Pero éramos buenos chicos. "Buenas tardes, doña", le decíamos a la vecina que pasaba mientras nos sacudíamos el surtidor antes de guardarlo. "Buenas tardes, joven", nos contestaba la mujer, encantada de ver semejante educación en muchachos de tan corta edad. Una vez en estado (además del alcohol, nunca faltaba algún par de fasiños para completar esos desayunos) nos dirigíamos a clase, y a la salida otra vez a lo del gallego hasta las nueve o diez de la noche. Con todas estas actividades nos íbamos forjando como seres humanos integrales, de cara al mañana que nos aguardaba. ¡Ah, qué doloroso fue terminar el secundario! En la entrega de diplomas debo haber llorado tanto como aquellas compañeras que fueron de vestidito cheto y peinado de peluquería. Debo haber llorado, digo, porque la verdad es que no me acuerdo. Por aquella época Ricky tenía una banda de black metal: Overkill. Y que conste en actas: el black metal todavía no existía. Quiero decir, si Venom, Sodom y/o Slayer ya venían tocando, lo que es acá no había ni noticias. La cosa fue así: formaron el grupo con otro notorio personaje de Avellaneda, Juan Falopa. Éste era (y hoy día debe recontra ser) una especie de esqueleto andante. Decía que era brujo satánico. Según una leyenda barrial, Juan, en su carácter de brujo de alto grado, tenía el poder de desaparecer de donde estaba y al momento aparecer en cualquier otra parte. Eso sí: podía hacerlo únicamente una vez al año. A mí, personalmente, una vez uno me contó que: Juan estaba en casa de Fulano, también estaba Mengano, se estaban tomando unos vinos, y de repente Juan se para y dice: "Bueno... voy a desaparecer". ¡Y desapareció! ¿Y dónde fue a parar? ¡Qué sé yo! Pero de ahí se esfumó como por arte de magia. Fulano y Mengano lo juran por sus madres. Totalmente convencido, me lo decía el pibe. Yo nunca entendí p or qué Falopa no usaba su don para irse a las Bahamas, por ejemplo en diciembre y volver en enero; o aunque sea, si el truco tenía un alcance limitado y no le daba el kilometraje, para evadirse de la comisaría alguna de las innumerables veces en que lo invitaron a disfrutar de la hospitalidad policial. Se ve que prefería impresionar a los amigos. Pero no pretendo que la mente de un monje infernal sea comprensible para un simple mortal como yo. ¿A qué venía todo esto? Ah, ya recuerdo: un día Ricky va al ensayo de un grupo que tenía este Juan. Por más brujo que fuera, ese día no podía afinar el bajo. No había manera. Hasta que en un momento se sacó, agarró al pobre instrumento por el diapasón y se puso a estrolarlo contra el piso hasta hacerlo cajeta. "Sabés quién me hace esto, ¿no? ¡Sabés quién me lo hace!" le decía al guitarrista, imagino que refiriéndose a Dios o a algún santo. En ese mismo instante Ricky decidió que quería a ese individuo en su conjunto. Y así empezaron. Querían hacer una onda heavy como Maiden pero oscuro como Black Sabbath y podrido y rápido como Mötörhead, y como eso no tenía nombre se les ocurrió ponerle "black metal". Sí señor: inventaron el género más o menos al mismo tiempo que Cronos en Londres, pero en Avellaneda. Claro que la repercusión, y por tanto la gloria, la tuvieron los de allá. Lo mismo de siempre. Una lástima. Si no ahora podríamos decir: el colectivo, el dulce de leche, la birome, la huella digital y el black metal. Qué le vamos a hacer, che. Así son las cosas. Desgraciadamente, con estos pioneros del satanismo no pasó gran cosa. Tocaron cuatro o cinco veces en unos antros de mala muerte y la banda se disolvió. Yo era el mánager (?). Y soy testigo: Ricky -usaba el seudónimo artístico de "Ricky the Kill"- subía a tocar pintarrajeado más o menos como ahora, en una época en que Marilyn Manson lo más loco que hacía era pispearle de coté la poronga a sus compañeros cuando meaba en el baño de la high-school. Así que no jodan.
El 31 de mayo del 2002, Ricky Espinosa se suicidó al saltar al vacío desde el quinto piso de un edificio de Avellaneda, donde estaba festejando junto a sus compañeros la edición de su último CD. Nunca quedaron en claro las razones que lo llevaron a tomar ésta decisión.
Unos meses más tarde, Fernando Rossi, Luis Gribaldo, Diego Piazza y Maximiliano Martín (la última formación de Flema) decidió seguir adelante, con la incorporación de Lucio Bonvecchiato en la voz y bajo el nombre de Topos.
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