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Dice el tango que veinte años no son nada. Puede ser, pero se nota que pasan. No sólo por lo que hacemos, sino por lo que dejamos de hacer, además, si veinte años no son nada, ¿cuántas nadas son treinta y cinco? Porque son treinta y cinco abriles los que Quintín Cabrera Beduchaud, nacido en Montevideo, República Oriental del Uruguay, hijo de Quintín y Lydia, el mismísimo día de la Liberación de Roma (25 de abril de 1944), hace que aterrizó en el Aeropuerto del Prat, con una guitarra en la mano y el corazón lleno de asombros.
Venía desde lejos y desde cerca. De lejos, porque entonces las distancias eran más largas, no había "sudacas" entre nosotros, solamente algún sudamericano (y en ese saco metíamos a mexicanos y caribeños, aunque excluíamos a los nacidos en Brasil) De lejos, porque Quintín viene, por varias generaciones, de clase trabajadora (ya sabemos que está demodé hablar de clases, pero estamos en mil novecientos sesenta y ocho, ¡sesenta y ocho!) y esa gente viene desde lejos. Pero por esa misma razón, y porque desde adolescente leía y difundía prensa encabezada siempre por la frase "Proletarios de todos los países, unios". Venía de tan cerca, que a la semana ya estaba en la Plaza Ibiza, en Horta, en una reunión de esos que el "Parte" en la radio llamaba "organización clandestina autodenominada Comisiones Obreras". De tan cerca, que a los pocos días estaba cantando junto a Jordi Roura en la Escola d'Estiu de Rosa Sensat.
Al año ya había cantado apoyando las huelgas de Roca, Harry Walker, Bransol y tantas otras, en actos reivindicando "L'Onze de Setembre" (que, como sabéis, en Catalunya tiene otro significado que para los yanquis). Haciendo pelas para pagar la fianza de alguien que habían cogido. Por todas las causas perdidas. Todas las reivindicaciones habidas y por haber. Por todos los pueblos en lucha, desde Vietnam al Kurdistan, desde Cuba a El Salvador... Para TODAS las organizaciones de la izquierda (esa que, cuando hoy llega a los ayuntamientos contrata a los de Operación Triunfo) En fin, para que seguir... ¿habrá algún cantante que haya actuado más veces que Quintín Cabrera en actos de solidaridad?
Su canto, deudor del folklore que su país comparte con el sur de Brasil y parte de Argentina, ha ido creciendo con el tiempo y recibiendo otras influencias que las meramente folklóricas. Ha ido madurando y ganado complejidad tanto en lo musical como en lo poético. Quintín, cantante de vivencias, aprendió de los músicos con los que ha trabajado, que han sido muchos... y muy buenos, sin descuidar la vertiente humana, la comunicación y la amistad.
Se ha pateado toda la geografía hispana (... y Portugal, Francia, Suecia, Bélgica, Suiza, Italia, Alemania...), repartiendo sensibilidad y ternura, rebeldía y sonrisas, amistad y afecto, buscando la complicidad de todos aquellos que aun creen que otro mundo es posible.
Todas esas emociones compartidas han ido forjando un artista que en cada recital, en cada disco, hizo suyo aquel verso de Neruda: "y no temer, y no pensar/ dar para volver a dar..." Un cantante que desde siempre ha seguido el consejo de aquel viejo gaucho que le enseñó a tocar su primera milonga: "no hay que cantar mintiendo".
Hay quien dice que, a pesar de sus canas y sus cien kilos, sigue siendo el mismo iluso muchachote que salió un día de Montevideo con una guitarra en la mano y un corazón abierto a los asombros.